JAMES LAMBOURNE *OKTO. Del 5 d'agost a l'1 d'octubre 2011

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JAMES LAMBOURNE: PIEDRA QUE MIRA
“Piedra, adónde miras, piedra”.
Paul Celan
Una fila de dos
Un ocho alzado en ese mágico círculo de piedras que emerge de la tierra
como eco del símbolo divino del infinito que habita la novena esfera
del centro mismo de la tierra.
El ocho, número sacro que representa la energía seminal, la vara de Hermes
y el camino descrito por Buda hacia el nirvana.
El ocho, el arcano que representa la Justicia en el Tarot, el Ying y el Yang, el Todo y la vía de la serpiente Kundalini.
El ocho, doble del cuatro, la proyección o desdoblamiento
del mundo físico y espiritual.
El ocho, elemento liberador, el santo ocho que
armoniza la materia y su esencia.
Un ocho simbólico y literal ha sido la elección de James Lambourne
para ese hermoso jardín secreto que contempla el espectáculo
de la Serra de Tramuntana.
Guiño personal del artista a la perfecta unión de dos esferas,
imagen completa de ese ciclo de vida que siempre vuelve a empezar.
El ocho de James Lambourne es sobre todo un homenaje a la vida y al encuentro,
una celebración de la armonía y la energía creadora,
toda una invitación al amor y la amistad.
Pilar Ribal
Puede que sea cierto que una piedra fue la primera manifestación del impulso creador y hasta que una lluvia de piedras caídas del cielo marcó el origen de la vida. Imagen mítica de unidad y fuerza por su dureza y duración, el imaginario colectivo universal abunda en relatos de piedras dotadas de cualidades sobrenaturales. Además de las historias de los pueblos adoradores de piedras raras, como los meteoritos, el onfalos griego, el lapis lineus de los romanos, la piedra de la locura o la hermética piedra filosofal…son algunas de las piedras más conocidas[1].
“Música petrificada de la creación”[2], la piedra es la materia prima por excelencia de la arquitectura humana y es junto al árbol –que representa la vida del cosmos- el vínculo perfecto entre el hombre y la naturaleza. Con piedras se construyeron no sólo las primeras construcciones humanas sino también los primeros espacios representativos de un pensamiento místico, como los templos y esos enigmáticos círculos que casi siete mil años después de ser creados siguen dibujando un arco que atraviesa Europa de norte a sur.
James Lambourne los conoce y le fascinan. Son lugares mágicos como la zona de los Lay Lines o los Crop Circles en Gran Bretaña, los que han inspirado ya trabajos anteriores del artista. Precisamente la imagen de dos círculos de piedra entrelazados como aquellas dos serpientes del caduceo que representan el infinito, dominan “*Okto, su última exposición, titulada así en alusión a aquella primitiva lengua proto-indo-europea que podrían haber compartido algunos de los pueblos más antiguos de la tierra[3].
Con estas elecciones, Lambourne conecta una vez más su obra con la tradición mística de la piedra y con el pensamiento científico, hallando en las resonancias de aquella lejana forma idiomática común, en la piedra y la vibración del número ocho una hermosa imagen metafórica que habla del movimiento infinito del universo, de la unidad y de la totalidad, mientras establece un doble vínculo poético y simbólico entre pasado y presente.
Es fácil ver en sus instalaciones específicas de círculos simbólicos, en sus fites y túmulos y en esas hermosas pinturas blancas que muestran los perfiles abombados de protuberancias matéricas que emulan la consistencia de la piedra, una imagen arcana y misteriosa que nos sobrecoge y emociona.
Pues cada uno de esos círculos e instalaciones erigidas con piedras meticulosamente seleccionadas por James Lambourne en lugares tan significativos como Randa y la montaña de Alaró, configura una suerte de escritura en la tierra, un universal poema al viento cuyo significado captamos intuitivamente.
Y frente a estas sencillas formas procedentes de un día pretérito, podemos elegir ser también el canto primigenio del hombre que alza sus ojos para contemplar las estrellas sin indagar en su composición, número o lugar. Ser la emoción de la mujer que llora viendo derramarse el cielo en su tez. Ser el cuerpo, los ojos y hasta ser esa mano que buscaba en su milenaria piel su cálida humedad cada vez que llegaba un nuevo día.
Pilar Ribal i Simó
[1] Según la interpretación de Juan-Eduardo Cirlot, autor del Diccionario de símbolos. Nueva Colección Labor. Editorial Labor, Barcelona, 1988, pág. 362.
[2] Ibídem., pág. 362.
[3] Y que al parecer está en la base de algunos proyectos de investigación en Extremadura y otros enclaves europeos.
JAMES LAMBOURNE: PIEDRA QUE MIRA
“Piedra, adónde miras, piedra”.
Paul Celan
Una fila de dos
Un ocho alzado en ese mágico círculo de piedras que emerge de la tierra
como eco del símbolo divino del infinito que habita la novena esfera
del centro mismo de la tierra.
El ocho, número sacro que representa la energía seminal, la vara de Hermes
y el camino descrito por Buda hacia el nirvana.
El ocho, el arcano que representa la Justicia en el Tarot, el Ying y el Yang, el Todo y la vía de la serpiente Kundalini.
El ocho, doble del cuatro, la proyección o desdoblamiento
del mundo físico y espiritual.
El ocho, elemento liberador, el santo ocho que
armoniza la materia y su esencia.
Un ocho simbólico y literal ha sido la elección de James Lambourne
para ese hermoso jardín secreto que contempla el espectáculo
de la Serra de Tramuntana.
Guiño personal del artista a la perfecta unión de dos esferas,
imagen completa de ese ciclo de vida que siempre vuelve a empezar.
El ocho de James Lambourne es sobre todo un homenaje a la vida y al encuentro,
una celebración de la armonía y la energía creadora,
toda una invitación al amor y la amistad.
Pilar Ribal
Puede que sea cierto que una piedra fue la primera manifestación del impulso creador y hasta que una lluvia de piedras caídas del cielo marcó el origen de la vida. Imagen mítica de unidad y fuerza por su dureza y duración, el imaginario colectivo universal abunda en relatos de piedras dotadas de cualidades sobrenaturales. Además de las historias de los pueblos adoradores de piedras raras, como los meteoritos, el onfalos griego, el lapis lineus de los romanos, la piedra de la locura o la hermética piedra filosofal…son algunas de las piedras más conocidas[1].
“Música petrificada de la creación”[2], la piedra es la materia prima por excelencia de la arquitectura humana y es junto al árbol –que representa la vida del cosmos- el vínculo perfecto entre el hombre y la naturaleza. Con piedras se construyeron no sólo las primeras construcciones humanas sino también los primeros espacios representativos de un pensamiento místico, como los templos y esos enigmáticos círculos que casi siete mil años después de ser creados siguen dibujando un arco que atraviesa Europa de norte a sur.
James Lambourne los conoce y le fascinan. Son lugares mágicos como la zona de los Lay Lines o los Crop Circles en Gran Bretaña, los que han inspirado ya trabajos anteriores del artista. Precisamente la imagen de dos círculos de piedra entrelazados como aquellas dos serpientes del caduceo que representan el infinito, dominan “*Okto, su última exposición, titulada así en alusión a aquella primitiva lengua proto-indo-europea que podrían haber compartido algunos de los pueblos más antiguos de la tierra[3].
Con estas elecciones, Lambourne conecta una vez más su obra con la tradición mística de la piedra y con el pensamiento científico, hallando en las resonancias de aquella lejana forma idiomática común, en la piedra y la vibración del número ocho una hermosa imagen metafórica que habla del movimiento infinito del universo, de la unidad y de la totalidad, mientras establece un doble vínculo poético y simbólico entre pasado y presente.
Es fácil ver en sus instalaciones específicas de círculos simbólicos, en sus fites y túmulos y en esas hermosas pinturas blancas que muestran los perfiles abombados de protuberancias matéricas que emulan la consistencia de la piedra, una imagen arcana y misteriosa que nos sobrecoge y emociona.
Pues cada uno de esos círculos e instalaciones erigidas con piedras meticulosamente seleccionadas por James Lambourne en lugares tan significativos como Randa y la montaña de Alaró, configura una suerte de escritura en la tierra, un universal poema al viento cuyo significado captamos intuitivamente.
Y frente a estas sencillas formas procedentes de un día pretérito, podemos elegir ser también el canto primigenio del hombre que alza sus ojos para contemplar las estrellas sin indagar en su composición, número o lugar. Ser la emoción de la mujer que llora viendo derramarse el cielo en su tez. Ser el cuerpo, los ojos y hasta ser esa mano que buscaba en su milenaria piel su cálida humedad cada vez que llegaba un nuevo día.
Pilar Ribal i Simó
[1] Según la interpretación de Juan-Eduardo Cirlot, autor del Diccionario de símbolos. Nueva Colección Labor. Editorial Labor, Barcelona, 1988, pág. 362.
[2] Ibídem., pág. 362.
[3] Y que al parecer está en la base de algunos proyectos de investigación en Extremadura y otros enclaves europeos.